miércoles, 13 de junio de 2007

hacer carne lo complejo...



Se me ocurrió a propósito de un reclamo por la complejidad que le realiza un lector a un autor en otro blog. Un lector reclama al autor del blog el haber usado palabras demasiado complicadas para señalar algo que, según él, pudo haber dicho de manera más simple y fácil de leer.
Y me quedé pensando en eso, en que hay veces que la complejidad no es más que juntar palabras por impresionar, hablar en difícil. Pero esa no es la "verdadera" complejidad. Esa es sólo pretensión, y es divertido escuchar esos discursos en que en realidad no se dice nada, sólo se usan palabras lo suficientemente difíciles como para que la mitad más uno del público circundante ni siquiera se percate que el resultado final es un discurso vacuo, sin sentido.
En cambio sí disfruto la complejidad cuando las palabras arman distinciones, sutilezas, mundos que no existen antes que esas palabras complejas los construyan, en la palabra y en cómo la palabra se mezcla con lo que cada cual es.
Me engolosina cuando los discursos entrecuzan e integran distintas miradas acerca de lo humano, cuando intentan dar respuestas a dilemas sociales o a preguntas cuya respuesta es sólo un peldaño para articular nuevas preguntas. Entonces se hacen a veces necesarias distinciones más sutiles. Para dar cuenta de ellas los discursos se complejizan, se vuelven a veces reiterativos, para mirar desde varios flancos, para ir sumando, esta perspectiva, más esta, más esta otra, y construyendo herramientas de comprensión que enriquezcan y se permitan disentir.
Rechazar la complejidad a priori y desde una sensación subjetiva de dificultad para entender lo planteado no es una postura intelectual seria. Sí lo es permitirse ir intuyendo la comprensión de lo expresado por un autor que nos interesa, preguntando, dialogando con su texto, con sus palabras, con quienes ya lo entienden antes que nosotros.



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